Es casi imposible abstraerse de la opinión sobre la denominada fiesta nacional que cada uno tenga a la hora de valorar Tardes de soledad. La polémica obra de Albert Serra, ganadora de la Concha de Oro del Festival de San Sebastián 2024, no esconde cierta fascinación por la figura del torero, representada en este caso por Andrés Roca Rey, aunque tampoco obvie el sufrimiento del toro, mostrado en ocasiones con el rostro ensangrentado en un primer término.
Sin embargo, siempre desde la posición de este modesto crítico, el filme del polémico cineasta catalán sí tiene un valor cinematográfico fuera de lo que opinemos de la disciplina netamente hispana. Quizá nunca se ha mostrado de manera tan cercana el trabajo de un matador.
A lo largo de varias corridas, observamos la particular relación del torero con su particular cuadrilla, tanto fuera como dentro del ruedo; los preparativos del protagonista antes de una faena o aquellos sonidos que se oyen en la plaza y que los espectadores no somos conscientes, tanto si se están en la plaza como si se ve a través de la televisión. Por otra parte, deja patente el componente estético de una disciplina que, por otra parte, sí se puede criticar éticamente porque no hay que obviar que es un espectáculo a costa de la tortura de un animal. No obstante, Serra no se plantea el dilema moral y se limita a reflejar todo lo que rodea al trabajo de un torero.
En definitiva, Tardes de soledad es un retrato de primera mano de una práctica que, por mucho que nos pueda disgustar, forma parte de la cultura española. Serra y el resto de responsables del filme han tenido acceso incluso a los momentos que no están al alcance del público, como los comentarios de su cuadrilla después de una corrida, que reflejan una masculinidad exacerbada al borde de la comicidad involuntaria.
En el debe del largometraje cabe señalar cierta tendencia a la reiteración que alarga el documental de manera innecesaria.






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