Cincuenta sombras liberadas y El hilo invisible

Los cinéfilos tenemos una extraña manía de establecer conexiones entre películas y rebuscar influencias en cada uno de los filmes que vemos. Casi podríamos decir que nos provoca un pequeño éxtasis.

De vez en cuando se nos vienen a la cabeza nexos extraños entre largometrajes que no tienen aparentemente ningún parentesco.  A mí, por ejemplo, me ha ocurrido recientemente con dos estrenos aparentemente distintos: la prestigiosa El hilo invisible, el flamante nuevo trabajo del director Paul Thomas Anderson con Daniel Day-Lewis como protagonista, y la muy comercial Cincuenta sombras liberadas, tercera entrega cinematográfica basada en el best-seller de E.L. James.

La primera es una cinta que aborda la vida de un prestigioso modisto en la Inglaterra de los años cincuenta, mientras que la segunda nos muestra la existencia de un acaudalado hombre de negocios con una particular fijación por el sadomasoquismo en los Estados Unidos del siglo XXI.

Ambas producciones plasman en imágenes las peripecias de dos individuos egocéntricos, maniáticos y con complejo de Edipo que desean tener el control sobre todos los aspectos de su vida. Por otra parte, las dos películas reflejan la fuerza de unas mujeres que se sublevan en cierta medida contra los deseos de estos seres inmaduros para hacerlos crecer y abrirles las puertas de la vida adulta. En cada una de ellas, además, los objetos amorosos de los protagonistas pasan de tener un rol de sumisión a convertirse en casi las capitanas del barco en su relación.

No obstante, mientras Paul Thomas Anderson nos ofrece un trabajo de fría belleza y complejidad psicológica, el largometraje de James Foley es un vulgar y risible pastiche  adornado con elementos freudianos de manual donde se dan cita ingredientes del thriller, la comedia romántica y el porno blando.

En definitiva, las dos cintas tienen más puntos en común en el aspecto meramente argumental, pero los resultados son radicalmente distintos. Como casi siempre en cualquier obra artística, importa más el cómo que el qué.

 

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