Fotograma de 'La sombra de una duda'

‘Stoker’, el debut en el cine norteamericano del realizador Park Chan-wook, tiene un innegable precedente en ‘La sombra de la duda’, la película dirigida por Alfred Hitchcock en 1943. Ambas abordan la particular relación que existe entre un tío y su sobrina. En los dos casos, él es un asesino y ella una adolescente que da sus primeros pasos en la vida adulta. No obstante, mientras que el coreano realiza un curioso melodrama gótico sumamente estilizado, el británico nos ofrece una cinta de suspense sobre cómo el mal puede introducirse en una inocente familia de provincias.

Muchos consideran ‘La sombra de la duda’ como la primera película verdaderamente norteamericana de Hitchcock. Ya había rodado otras en Hollywood, pero aquí encontramos a unos personajes típicamente estadounidenses. Para lograr ese tono yanqui, el realizador se hizo con los servicios del gran dramaturgo Thornton Wilder, famoso por mostrar la vida de una pequeña población en ‘Our Town’, una obra que dio lugar a la notable película ‘Sinfonía de la vida’ (Sam Wood , 1940).  El escritor tomó como base una idea del novelista Gordon MacDonell, al que se le ocurrió la historia de un asesino que vuelve a casa de su familia. No obstante, Hitchcock contó para pulir el guion con su esposa, ese genio en la sombra llamado Alma Reville, y la periodista Sally Benson.

Todos ellos hicieron posible esta historia sobre un tipo, asesino de viudas ricas, que vuelve a casa de su hermana, casada y con tres hijos, para despistar a dos detectives que andan tras su pista. En el hogar de su familia se reencontrará con su querida sobrina mayor, una adolescente que le adora y con la que parece tener un vínculo especial. No obstante, su particular  relación cambiará cuando ella descubra que es el principal sospechoso de una serie de crímenes.

Con este argumento, Hitchcock realiza un estupendo filme de suspense con uno de los psicópatas más simpáticos de la historia del cine. Lejos de ser un hombre de apariencia siniestra, el tío Charlie es un tipo elegante, dueño de un humor ácido, inteligente y un verdadero encanto en cualquier reunión social. Sin embargo, bajo su fachada, se esconde un tipo verdaderamente malvado.

El cineasta no pierde el tiempo para mostrarnos la catadura moral de este tipo. Con la simple imagen del personaje tumbado en su cama como si fuera una suerte de Drácula pone de manifiesto que nos encontramos ante una persona bastante oscura. A continuación, en un alarde de maestría, Hitchcock pone de manifiesto su vínculo con su sobrina, que no por casualidad se llama igual que su tío, mostrándola acostada en su cuarto, aunque  su cara refleja una inocencia que no está presente en su pariente. Igualmente sucinto es el británico al enseñarnos  la población donde vive la familia de Charlie. Con una simple plano general del lugar, nos damos cuenta que es una ciudad de provincias más sin verdadera personalidad.

Estos primeros minutos ya ponen de manifiesto que el realizador era una verdadero hombre de cine, capaz de ir más allá de lo que aparece en el guion. Gran parte de la relación entre el asesino y su sobrina queda patente en sus miradas. En un principio, ella parece verle casi como un amante y él es consciente de esa atracción. Sin embargo, una vez que la adolescente vaya descubriendo el secreto de su tío, sus ojos expresarán recriminación hacia ese hombre que tenía idealizado. Por su parte, él le dirigirá unas miradas cada vez más amenazantes. Los trabajos magistrales de Joseph Cotten, capaz de reflejar en su rostro cualquier tipo de sentimiento sin recurrir al histrionismo, y una no menos maravillosa Teresa Wright, que consigue mostrar  perfectamente la evolución del personaje desde la adolescente tierna hasta una joven menos ingenua, logran que la película funcione a la perfección.

No obstante, no debemos olvidar el maravilloso retrato de una inocente familia americana de una ciudad provinciana. Especialmente memorable es el personaje de esa madre    -espléndida Patricia Collinge- que rememora su idealizada niñez con la llegada de su hermano pequeño al hogar que comparte con su marido y tres hijos. Su manera de tararear una y otra vez el vals de ‘La viuda alegre’ le sirve a Hitchcock para expresar la nostalgia de la mujer por un tiempo pasado y , a la vez, realizar un malévolo guiño a la peculiar profesión de tío Charlie.

Como siempre, el director incluye su particular dosis de humor negro. En esta ocasión, el cupo lo cubren las peculiares conversaciones sobre crímenes perfectos que mantienen el padre de la familia y su querido amigo. Sin saberlo, ambos tienen muy cerca a todo un maestro del asesinato.

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